Tras años
de vagabundear entre estímulos y emociones —más o menos incontrolables—, el ser
humano tiende a aposentarlos y a procurar retener los que cree que le convienen
o los que intuye que conjugan mejor con
él.
La «vida alegre» (en el sentido de 'desmedida', 'desbocada'...) a veces es totalmente incompatible con la «vida sensata»... y, en algunos casos, con la «vida».
En determinadas ocasiones, los problemas nos vienen tan en tromba, que sólo nos es posible sobrevivir a ellos y sobrellevarlos con el menor perjuicio posible.
La envidia, los celos y otros malos pensamientos suelen colarse por las rendijas de nuestra mente, como se introduce el viento por las rendijas de las casas.
El paso del tiempo hace que nos sintamos presionados para acelerar nuestras actuaciones; en especial, las que creemos que son más necesarias o más deseadas.
Ya sea tanto para una tarea como para toda una vida.